La desesperación se impone ante la angustia y la frustración. Todo empieza con un pequeño premio que te obliga a probar suerte de nuevo. Y sigues. Es la misma sensación placentera que te provoca ir al cajero y recibir dinero sin el más mínimo esfuerzo. La suerte te acompaña. Metes cuatro y te devuelven cinco. Subes la apuesta, pero ya no es suficiente con la calderilla que te deja la vuelta de ese café en el bar de la esquina. Va a más. El tiempo libre que deja el paro es una condena y el ordenador es el mejor aliado para ahogar las penas.
Unos buscan sexo, otros, compras compulsivas y muchos, juego. Prueban de nuevo suerte en el bingo ‘on-line’ y luego en el casino. No va más. En menos de un año la adicción silenciosa se ha convertido en una espiral ruinosa de pérdidas. Sin trabajo, sin dinero y casi sin familia